Dr. Ferran Pérez Mena.
Profesor de política china.
Fundación Qili /Universidad de Durham

El trágico incendio que provocó la muerte de diez personas en la ciudad de Urumqi, en la región de Xinjiang, ha generado una ola de protestas por todo el país. La ciudadanía ha salido a la calle para protestar contra los duros confinamientos y ciertas políticas incomprensibles del gobierno. Esta nueva ola de protestas representa un hecho sin precedentes desde el incidente de Tiananmen en 1989. Por eso, las redes sociales y algunos medios de comunicación han comenzado a debatir sobre la posibilidad de una nueva “tragedia como la de Tiananmen” u “otro momento Tiananmen”. Lo cierto es que esto es difícil de prever. Las protestas pueden desembocar en diversos escenarios: la relajación de la política de “zero covid” para apaciguar a una ciudadanía harta de los severos confinamientos, una mayor apertura de la economía para solventar los problemas de bajo consumo interno creados por la pandemia o una oleada de fuerte represión política contra los manifestantes.

La realidad es que la información que nos llega es confusa y la cobertura de las protestas en las redes sociales puede causar una cierta distorsión de la realidad debido a que estas amplifican determinados hechos. En este momento, lo importante no es tanto el predecir que va a pasar en China sino entender las dinámicas que existen detrás de una cobertura mediática que está intentando dar respuestas fáciles a problemas complejos.

Que los medios invoquen el incidente de Tiananmen denota la existencia de lo que llamo el “síndrome Tiananmen”: la tendencia de muchos expertos a entender la historia de la China moderna, especialmente desde 1979, como un proceso en el que el gobierno autoritario del Partido Comunista de China (PCCh) se ha dedicado activamente a imposibilitar la emergencia de una democracia liberal en China. En otras palabras, el “fin de la historia” de Francis Fukuyama, supuestamente deseado por las nuevas clases medias, no llega a China porque el PCCh lo evita. Para estos expertos, las protestas de Tiananmen fueron la clara evidencia de esta tendencia histórica. Sin embargo, con el tiempo, han aparecido estudios serios que han arrojado luz sobre los incidentes de la plaza de Tiananmen. Por ejemplo, el académico Wang Hui sostiene que las protestas de Tiananmen no fueron una movilización colectiva por la lucha de la democracia liberal sino más bien una protesta en contra de los terribles efectos de la reforma económica de Deng Xiaoping que desestabilizó los pilares de la sociedad china. Los manifestantes pidieron al gobierno chino que no abandonara las promesas de igualdad de la revolución china. Así pues, el marco de contestación social no fue el de la democracia liberal sino el de una protesta para mejorar un sistema que estaba colapsando y en transformación. En ese contexto, la represión gubernamental no fue utilizada para evitar la emergencia de una democracia liberal sino para acelerar procesos económicos nocivos que comenzaron durante la revolución pasiva liderada por Deng en 1979.

El problema de este síndrome es que los análisis sobre la política china se ven influenciados por el egocentrismo, fobias y sesgos políticos de nuestros expertos. Esto no quiere decir que los expertos tengan que desprenderse de su ideología. El pensamiento crítico implica cuestionar el comportamiento de los gobiernos que analizamos. Además, el análisis político e histórico neutral no existe. El problema es que este síndrome hace que la realidad que se narra no es la que sucede, sino la que los expertos quieren que suceda. Es decir, la visión normativa y las fobias de los expertos se transforman en la realidad que se explica a la audiencia. Este síndrome con tintes paternalistas también niega a la ciudadanía china el poder de reivindicación política, creando una narrativa en la que si los ciudadanos no protestan por la democracia liberal es que están totalmente manipulados por la propaganda del gobierno chino. Es decir, la ciudadanía china solo es presentada como un actor político activo si esta es percibida como una fuerza social que lucha por la construcción de una China liberal. Es decir, los expertos solo ven un ciudadano activo en China cuando este busca convertirse en un sujeto liberal occidental. Por otro lado, esta tendencia orientalista olvida el pluralismo que existe en la sociedad china. Es cierto que no podemos negar que la vida política está controlada y limitada por el monopolio del poder ostentado por el PCCh. Sin embargo, en China existen múltiples tradiciones de pensamiento político como el neoliberalismo, neo-confucianismo, liberalismo y marxismo. Es decir, existen visiones opuestas sobre cómo debería funcionar la vida política del país. Otra cuestión es que estas visiones se materialicen en las políticas implementadas por el gobierno central.

La cobertura mediática de esta nueva ola de protestas en China refleja este síndrome de Tiananmen. Para algunos analistas, en el mejor de los casos, China se encuentra ante un “nuevo Tiananmen”. En el peor de los casos, el país está a punto de experimentar una “revolución política”. Sin embargo, sería más honesto preguntarnos si realmente la ciudadanía china quiere un cambio de régimen o una mejora de un sistema que sufre grandes deficiencias sociales y económicas. Esto lo veremos durante las próximas semanas. Esta pregunta, cuya respuesta debe esperar, implicaría que deberíamos dejar atrás nuestros sesgos para otorgar a la ciudadanía china la capacidad de poder decidir cómo mejorar la gobernanza del país, pedir el fin del mandato de Xi Jinping o un cambio de régimen, si es lo que realmente desea. El futuro de China está abierto.

Para entender mejor lo que pasa en China, podríamos recurrir a un ejemplo cercano. Las bases del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) siguen votando a su Partido a pesar del rechazo que sienten hacia la cúpula por no comportarse como “verdaderos socialistas”. En China puede suceder algo parecido. La ciudadanía china puede sentir antipatía hacia sus dirigentes políticos sin tener que llegar a la conclusión de que la mejora de China pasa por el fin del PCCh. Esta realidad compleja, que es difícil de digerir por algunos analistas, tiene que ser considerada si queremos entender las dinámicas políticas que han llevado a la población china a salir a la calle. Los análisis no pueden girar en torno a lo que queremos que pase en el país asiático, sino tienen que sustentarse en lo que pasa en China. Es decir, en su compleja y contradictoria realidad.